Letonia
En la última década, Letonia ha experimentado una ola de emigración sin precedentes. Más de 200.000 letones, alrededor del 10% de la población, han dejado atrás su tierra. Esta es la historia de quienes se han quedado: una generación de brujos modernos, emprendedores tecnológicos y periodistas que juntos reflejan la cara más moderna de Letonia.
Ance Šverna
Autora
Andrei Liankevich
Fotógrafo
Estonia:
Un espacio, dos mundos
Lituania:
Regreso a Visaginas
Ucrania:
La guerra sale a escena
Rusia:
Rublos en los recreativos
Moldavia:
Tan lejos y tan cerca
Bielorrusia:
Alina en Lukaland
Uldis Leiterts, de 31 años, es un emprendedor tecnológico letón, fundador de Infogr.am, una plataforma pionera de visualización de datos lanzada en 2012. Actualmente, más de 30 millones de personas la utilizan cada mes.
Desde que era un niño, a Leiterts le gustaban mucho los dinosaurios, un interés que creció aún más tras una excursión al Museo Paleontológico de Moscú cuando tenía cuatro años. “Nada ha cambiado”, reconoce tras haberlo visitado hace muy poco. A pesar de su pasión, Uldis no es ningún dinosaurio, incluso aunque no utilice teléfono móvil (porque considera que los teléfonos se han quedado obsoletos). En 2016 visitó 30 países (y está a punto de volver a viajar), por lo que se puede decir que vive sin deshacer la maleta. Durante sus viajes, se ha dado cuenta de que “los lugares con mal clima son perfectos para innovar”.
Esta descripción le va como anillo al dedo a Riga, la ciudad natal de Uldis. Para escapar de la monotonía de la antigua zona comercial y portuaria, Uldis ha intentado transformarla y para eso ha creado en 2016, junto a sus amigos, el Festival de la Libertad Digital (DFF, por sus siglas en inglés). La primera edición ha tenido lugar en Riga y ha reunido a profesionales de la tecnología con el deseo de crear un punto de encuentro internacional sobre revolución digital. “Es una oportunidad para la gente local con grandes ideas”, dice Uldis, mientras expone cómo será el Festival. “En Letonia, la velocidad de Internet es hasta 30 veces más rápida que en los Estados Unidos. Sólo Seúl y Tokio están por encima. Puedes pasarte la vida viendo charlas TED, o conseguir que Mark Zuckerberg venga aquí”.
Uldies Leiterts: “Los lugares con mal clima son perfectos para innovar”.
“Letonia necesita entre 100.000 y 200.000 programadores, ingenieros y científicos. No podemos esperar durante 25 años hasta que crezcan”, dice Uldis, a quien le preocupa particularmente lo rápido que disminuye la tasa demográfica. Desde 1991, la población de Letonia ha pasado de tener 2,66 millones de habitantes a 1,98 millones, una disminución de casi un cuarto. La mayoría de los que se han marchado son emigrantes económicos, y el 40% de ellos no tiene en mente regresar.
Infogr.am tiene su sede principal en Riga y da empleo a personas de 15 países diferentes. Uldis reconoce que los momentos de caos, ruido y conflicto le animan a seguir adelante. “Me asustan los momentos en los que sé lo que va a pasar”.
Inin Nini, de 35 años, es una guía espiritual, una chamana y una cuentacuentos. Es la mayor de los miembros de su comunidad Tribu Luz de Luna, con la que realiza ritos de plantas, sueños y baila danzas en los bosques de Letonia, en casas de campo y en la periferia.
A Inin siempre le gustó jugar en el bosque cercano a su casa. Rememora su infancia como una vida en la que todas las niñas llevaban el mismo vestido, tenían muñecas idénticas e incluso tías y tíos iguales. “A los habitantes del Bloque del Este les une una misma tristeza y culpa: la de haber pasado tantos años encerrados en el sistema soviético, sin unos zapatos decentes y sin la auténtica Coca-Cola”. Hoy, no es ninguna ocasión especial pero en el vestido de Inin brillan perlas. “Esta es la ropa que llevo a diario”, dice. Sin embargo, Inin cree que la pobreza también atrae a la creatividad. “Sigo siendo una rebelde: los primeros diez años de mi vida estuvieron marcados por el fin de la Unión Soviética. ¡Rompe con el sistema, respira libertad!”.
Aunque Letonia obtuvo la independencia en la teoría (y en la práctica) en 1991, esto no puso fin a todos aquellos problemas que existían dentro de sus fronteras o entre sus habitantes. Al principio, Inin se hizo bloguera y escribía sobre temas íntimos y buscaba, por ejemplo, términos más atractivos para algo tan fundamental como la vagina. Algo más tarde dejó su trabajo y viajó a América del Sur para aprender sobre el chamanismo.
A su regreso cambió su nombre por Inin Nini. “Chamana, bruja, intérprete de sueños, sacerdotisa y psicoterapeuta. Todos estos nombres definen a esas personas que recuerdan a los demás la importancia del cuerpo, la mente y el alma. Todos son muy importantes”, dice Inin. Su tarea consiste en conseguir que quienes creen haber olvidado algo, vuelvan a recordarlo.
Para Inin, la relación que existe entre la identidad letona y la naturaleza es muy importante: ya sea por las celebraciones del solsticio o por la conexión de gratitud que se da con la naturaleza, setas, hojas de té y patatas. “Sabemos cómo inventar algo partiendo de la nada”, añade.
Algo más de un cuarto de la población letona, un 25,6%, es de origen ruso, una elevada cifra que a veces es vista como una amenaza si se piensa en los acontecimientos que han tenido lugar recientemente en Ucrania. Inin no tiene vínculos reales con personas rusas, pero tiene una visión más comprensiva de las relaciones entre Letonia y Rusia: “Podemos competir, luchar, unirnos a sus ansias de poder o si no, tomar distancia y rezar por sus almas. Estaría bien que nuestras oraciones ayudaran a que Rusia se ponga en pie. Sería bueno para el mundo entero”.
Andrejs Strokins, de 32 años, es un fotógrafo de renombre internacional
Cuando Andrejs, nacido en Riga de origen polaco y ruso, tuvo que buscar su sitio en un colegio letón, sus compañeros no le dieron la bienvenida “Me llamaban Ruskie”, recuerda Andrejs. “Tuve que defenderme solo: escupí a un chico en la cara, pero luego nos hicimos mejores amigos”. Ahora su letón es perfecto y vive en el centro de Riga, aunque admite que ha pensado marcharse: “No tengo valor”.
Andrejs está convencido de que sus padres preferirían olvidar los años soviéticos en vez de hablar sobre ellos. “Es el caso de mucha otra gente”, dice. Sin embargo, para Andrejs, que trabaja como fotoperiodista, la historia es esencial. Guarda álbumes de fotografía amateur de la Unión Soviética, llenos de fotos que muestran más el día a día y no tanto los grandes momentos históricos. “Estoy intentando encontrar más información sobre este período tan doloroso. He tenido que tragar con mucha mierda”, cuenta Andrejs. Desde que es consciente de lo fácil que es manipular fotografías, dice no confiar en la historia que le han enseñado.
“Hoy en día en Letonia, muchas personas de habla rusa ven las noticias que emite la televisión rusa y esa es su forma de estar informados. Tan pronto como empezamos a hablar de temas políticos, aparecen los problemas”, dice. Hace un tiempo, su padre pensó en convertir el apellido ruso de la familia en uno letón, ya que creía que así podría parar el sufrimiento que ha sufrido su familia debido a su pasado ruso. Al final, de lo que cambió fue de idea. Andrejs, que se considera más polaco que ruso, no tiene ningún problema con su apellido.
Agnese Kleina, de 34 años, es una periodista audiovisual y editora del bookazine internacional (formato híbrido entre libro y revista) Benji Knewman.
De pequeña, Agnese destacaba en gimnasia y en escritura, a pesar de que para ella, escribir era un “negocio local 100%”. Sus amigos han apodado su piso de Riga como “El Museo”, gracias al amor de Agnese por el diseño. Le interesa sobre todo el diseño de interior postmodernista que pasó de moda al final de los años soviéticos. “He vivido en esa época, y quiero contárselo al mundo”, explica.
El resultado de su búsqueda se llama “Benji Knewman”. Esta revista, cuyo subtítulo reza “la vida que se lee”, vio la luz por primera vez en 2014. De cada edición, que incluye historias en letón, inglés y a veces ruso, se venden aproximadamente unas 2.200 copias. La idea, dice, es ayudar a que este y oeste se conozcan: “Al igual que una arqueóloga, me encantaría ayudar a que mis lectores vean más allá de lo sentimental y lo retro”, confiesa.
Cuando se le pregunta por la escena social y política de la Letonia actual, Agnese explica que lo que más le preocupa son las consecuencias de la ocupación soviética. De 1944 a 1991, Letonia fue parte de la URSS bajo el nombre de República Socialista Soviética de Letonia. “Esos cincuenta años pesan como una losa. Los jóvenes tienen que vivir con sus padres y sus profesores que todavía parecen arrastrar la losa con ellos en vez de mirar las cosas de frente”. A Agnese también le obsesiona la idea de crear un museo de arte moderno en Letonia. ¿El objetivo? Quitar el polvo y exhibir piezas de arte creadas durante aquellas cinco décadas de ley soviética.
Agnese Kleina: “La idea es ayudar a que este y oeste se conozcan”
Egils Grasmanis, de 39 años, es director de Brain Games y fundador del movimiento “Quiero ayudar a los refugiados”.
“Los juegos de mesa son una herramienta perfecta para unir a la gente”, dice Egils, el hombre que trajo a Letonia la cultura de este tipo de juegos. Con su empresa, Brain Games, Egils, que se define a sí mismo como “europeo”, crea y exporta juegos a 30 países. En 2016, el juego familiar Ice Cool ganó el premio al mejor juego infantil en el Reino Unido.
Egils dice estar impresionado por su abuela, de 93 años. “Sabe muchísimo. La experiencia de haber vivido bajo sistemas diferentes y como una refugiada influyen mucho en su forma de tratar a otras personas.” Durante la Segunda Guerra Mundial, más de 200.000 letones huyeron del país en condición de refugiados. Este recuerdo ha traspasado generaciones y es por esto por lo que Egils empezó a jugar a juegos de mesa con demandantes de asilo en Letonia.
Egils Grasmanis: “Nuestra gente necesita innovación”
Según datos de la Cancillería de Estado [una institución de administración pública que depende del Primer Ministro, ndlr], en 2014 Letonia recibió la llegada de 364 refugiados. En 2015 fueron 328. En total suponían un 0.018% de la población. Sin embargo, una encuesta de la ONU realizada en 2016, muestra que el 55% de los residentes en Letonia rechazan la llegada de los refugiados y creen que su nivel de vida se vería perjudicado si tuvieran a una familia de refugiados en la puerta de enfrente. En 2015, Egils creó un grupo de Facebook llamado “Quiero ayudar a los refugiados”, que se ha convertido en un movimiento que intenta cambiar esta situación “para que la mayoría esté a favor de los refugiados y no en su contra”.
Según Egils, la verdadera bomba de relojería es la división étnica que aún existe en el país. “Las personas de habla rusa siguen dolidas por la traición del 91”, dice. “Los políticos prometieron otorgar la nacionalidad letona a todo el mundo, pero eso no ocurrió. Las minorías se sienten marginadas. Es Rusia la que paga sus pensiones, subsidios y les da la nacionalidad. Por eso, se sienten más bienvenidos allí que aquí. Es una tragedia”.
Para Egils, una disculpa haría mucho bien a una sociedad que puede ser fácilmente manipulable. “Nuestra gente necesita pensamiento crítico”, dice. “Nos gustaría que se nos conociera por nuestra creatividad e innovación”.