Rusia
El Museo de Máquinas Recreativas Soviéticas de Moscú permite que todas las generaciones puedan reunirse y embarcarse en un nostálgico viaje al mundo de los juegos soviéticos.
Alexandra Odynova
Autora
Arthur Bondar
Fotógrafo
Estonia:
Un espacio, dos mundos
Lituania:
Regreso a Visaginas
Ucrania:
La guerra sale a escena
Letonia:
Nuevos héroes, nuevos tiempos
Moldavia:
Tan lejos y tan cerca
Bielorrusia:
Alina en Lukaland
MOSCÚ – Echa una moneda de 15 kópek (centésima parte de un rublo) en una ranura, y podrás lanzar torpedos desde un submarino para atacar a los acorazados y yates del enemigo, también podrás maniobrar tanques pequeñitos por un campo de batalla o disparar con una escopeta de juguete a una diana blanca y roja.
Si durante los años setenta y ochenta de la Unión Soviética eras demasiado joven, el Museo de Máquinas Recreativas es el lugar idóneo para experimentar la alegría de un niño soviético. Entrar en el museo es como viajar en el tiempo; un lugar donde los visitantes deben usar monedas soviéticas para jugar a una selección de 60 juegos que no encontrarán en ninguna otra parte. No muy lejos del Teatro Bolshói, en Moscú, el museo comparte plaza con una moderna cadena de hamburgueserías, modelo de negocio difícil de imaginar en tiempos soviéticos. Pero a diferencia de otras hamburgueserías de la ciudad, en esta puedes acompañar el menú con auténtica soda soviética, que se sirve directamente desde una máquina gris y sin brillo.
En 2006, a Aleksander Stakhanov se le ocurrió la idea de buscar una copia de un viejo juego recreativo llamado Morskoi Boi (una versión soviética del Sea Raider occidental). El primer Morskoi Boi lo adquirió en Tagansky Park de Moscú por 180 rublos (unos 3 euros).
Corrían los primeros años del nuevo milenio, y la economía crecía. A medida que las consolas de Nintendo y las ordenadores inundaban Europa del Este, las máquinas recreativas quedaban relegadas a un segundo plano. Algo parecido ocurrió a las radios y televisores soviéticos, que se convirtieron en chatarra abandonada en sótanos y almacenes. Junto a dos amigos, Aleksander empezó a reunir esas máquinas y guardarlas en el garaje de su abuelo. “Estaba seguro de que todos los demás también querrían sentirse como niños soviéticos, que también habían tenido los mismos sueños y que probablemente alguien querría jugar [con las máquinas] en algún momento”, reconoce Stakhanov.
Los recuerdos de la Unión Soviética vuelven a aflorar con una nostalgia profunda por el pasado comunista de Rusia, y aquellos juegos, que un día parecieron quedar relegados al olvido, han vuelto con fuerza al presente capitalista.
Aleksander, de 35 años, está sentado con su MacBook en su museo. Su pelo rizado alborotado y su camisa azul de cuadros no le hacen parecer un nostálgico de la Unión Soviética. Y lo cierto es que no lo es. Para los de su generación, la Unión Soviética está relacionada con su niñez, algo que para él solo evoca “recuerdos agradables”.
“La Unión Soviética no me produce ningún tipo de nostalgia”, explica. “En general, soy bastante reacio respecto a ese período concreto de la historia del país”. Aleksander es un ingeniero del sector del automóvil, una profesión que en su día fue muy popular pero que hoy ya no se ajusta a la realidad económica del país. A comienzos del nuevo milenio, sus compañeros anhelaban trabajar para empresas extranjeras, pero no sabían qué camino elegir. Él todavía no tiene claro qué quiere hacer.
Aleksander tenía siete u ocho años cuando comenzó toda la crisis económica de la URSS. Cuando se desintegró tenía 10 años y a los 12 los tanques rodeaban el edificio gubernamental. “Poco después hubo un período de capitalismo salvaje. Fue una época de cambio constante”, recuerda Stakhanov. “Pero no quería convertirme en un bandido, un economista o un cosmonauta”.
Aleksander se entretenía con las máquinas recreativas, pero al poco tiempo estas se convirtieron en un proyecto comercial. En 2007 abrió su primer museo, ubicado en un refugio antiaéreo situado bajo una residencia de estudiantes y que data de la época de Stalin. Sólo abría los sábados, desde las once del mediodía hasta la una de la madrugada. La crisis económica de 2008 y la caída en los precios de alquiler permitieron a Aleksander instalar el museo en una zona más céntrica y poder trabajar en él durante más horas. Hoy en día, decenas de personas visitan el museo: niños en periodo vacacional, turistas extranjeros en verano, jóvenes con sus ligues o con sus familias… En un día laborable a mediados de noviembre, el museo está lleno de chavales de instituto. Corren de una máquina a otra, dándole a todos los botones y haciéndose fotos con sus teléfonos. Los domingos por la tarde, por el contrario, lo más común es ver a familias de padres y abuelos que parecen auténticos expertos en la materia.
“El mejor momento de todos fue cuando vimos que un padre empujaba a su hijo y le decía: ‘¡Espera, que ahora me toca a mí!’”, dice Stakhanov. “Para algunos niños, estos juegos son muy complicados en comparación con otros de ordenador”, opina Anton Lavrentyev, un abogado de 26 años que visita, junto a Fyodor – su hijo de tres años -, el museo por primera vez. “Son muy guays… Me gusta la estética de estas máquinas, pero para algunos niños quizá no tengan ningún interés”. Fyodor no quiere jugar al Morskoi Boi, pero parece feliz jugando al baloncesto de mesa con su padre.
El museo pretende crecer con la inauguración de un segundo centro en San Petersburgo. Antes abrieron otro en la ciudad de Kazán, pero apenas duró un año. Stakhanov y sus socios están planeando llevar sus juegos soviéticos a Berlín.
Las máquinas recreativas, como el Morskoi Boi, aparecieron, por iniciativa del Gobierno, por primera vez en la Unión Soviética durante la década de los setenta. Tal y como sucedió con otros bienes de consumo, para el Gobierno era mucho más sencillo copiar elementos que ya existieran en el extranjero que desarrollar desde cero un producto propio.
Muchos juegos recreativos fueron desarrollados en fábricas de armamento nacionales
Alexei Levinson, de 72 años, que trabajó en un laboratorio donde se desarrollaron máquinas recreativas a finales de los años setenta y principios de los ochenta, opina que a menudo se les modificaba el diseño a los juegos por “razones ideológicas”, aunque muchos se basaron en otros extranjeros. Cualquier referencia a la cultura occidental popular debía cambiarse por personajes de los cuentos de hadas rusos o dibujos animados soviéticos. Sin embargo, también se fabricaron algunos originales, como el juego de carreras Magistral.
Muchos juegos recreativos se confeccionaron en fábricas de armamento nacionales. En los años setenta, el Gobierno soviético decidió que esas mismas fábricas también debían elaborar bienes de consumo. “Era interesante hablar con los ingenieros, porque ellos lo veían como un deber”; afirma Levinson. “Pero también querían hacerlo lo mejor posible, y se implicaban de manera muy personal”.
El juego Morskoi Boi, por ejemplo, se desarrolló en una fábrica moscovita que era conocida por crear sistemas de control para la industria armamentística. Hoy en día es parte de la empresa manufacturera de armas Almaz Antey.
Levinson, un reconocido sociólogo que trabaja en el centro independiente de encuestas y sondeos Levada Center, se sorprendió al ver que un museo de este tipo lograra convertirse en un éxito comercial. “Nunca pensé que la nostalgia tuviera tanto impacto”, confiesa en una entrevista. “Supongo que esos chicos (los fundadores) vieron algo que yo no supe ver”.
Este año se celebra el vigésimo quinto aniversario de la caída de la Unión Soviética. Hoy en día existe una generación de rusos que nunca ha experimentado lo que es vivir bajo el comunismo, pero también son muchos los que echan de menos esa era. En una encuesta realizada el pasado noviembre por el Levada Center, un 56% de los consultados confiesa que aún se arrepienten de la caída de la URSS, y tan sólo un 28% afirma sentir lo contrario.
Aleksander Kruglov, de 56 años y trabajador de un molino, entra al museo por primera vez. Lo acompañan su esposa, hija, yerno y sobrino. Su deseo expreso era jugar a uno de sus juegos favoritos: el Morskoi Boi. “La mayoría de los juegos pertenecen a la época en la que yo tenía 15 o 16 años”, dice. Mientras su familia juega al futbolín, Kruglov va de una máquina a otra, deteniéndose delante de cada una con una sonrisilla oculta detrás de su bigote. “Es como si viajara atrás en el tiempo, justo hasta la época de mi infancia”.
La industria moderna de los videojuegos en Rusia: ¿un deber?
En la era de los videojuegos, muchos políticos rusos han recalcado que el país no debe contar sólo con videojuegos extranjeros, y han pedido que surjan equivalentes más patrióticos.
En 2010 el, por aquel entonces, Presidente Dmitry Medvedev dijo que la industria de los juegos de ordenador “tiene un gran peso en la educación” y por este motivo Rusia debería desarrollar sus propios productos. El Gobierno ruso incluso ha llegado a reconocer las competiciones de videojuegos como un deporte. Desde entonces, el Ministerio de Defensa ha expresado su interés de desarrollar juegos con temas militares, mientras que los funcionarios del Ministerio de Educación han reconocido que los juegos podrían ser una herramienta didáctica que permita a las generaciones más jóvenes conocer más sobre las guerras del siglo XX.
Hasta ahora, ningún proyecto financiado por el Estado ha fructificado, a pesar de que la web del Ministerio de Defensa ofrece tres juegos, entre los que se incluye una versión militarizada del Tetris.
En febrero de 2016, durante un debate sobre el uso de los videojuegos en materia educativa, el por entonces diputado del Parlamento, Alexei Kuznetsov, se quejó de que “según el 90% de los juegos de ordenador, la II Guerra Mundial la ganaron únicamente los americanos y los británicos”.
Kuznetsov expresó que uno de los pocos juegos que ofrece una “imagen objetiva de la historia” es el World of Tanks, un récord de ventas en el que pueden jugar muchos jugadores conectados a la vez. El juego, que se fabricó en la vecina Bielorrusia, recibe al día la visita de 12 millones de usuarios. Y no se queda ahí. Incluso, ha llegado a llamar la atención del Ministro de Defensa ruso, quien apoyó en 2015 los torneos que se organizaron en todo el país.