Ucrania
Mediante el teatro, los ucranianos encuentran respuestas a preguntas complicadas.
Tatiana Kozak
Autora
Ramin Mazur
Fotógrafo
Bielorrusia
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Estonia
Un espacio, dos mundos
Lituania
Regreso a Visaginas
Letonia
Nuevos héroes para nuevos tiempos
Moldavia
Tan lejos y tan cerca
KIEV- El foco alumbra a Anton Romanov, que está de pie y desnudo justo en el centro del escenario. Mientras, los espectadores escriben con rotuladores su nombre en su piel. El director y actor del Teatro PostPlay se considera un artista por encima de todas las cosas, pero en Ucrania no todo el mundo está de acuerdo en que lo que él hace pueda entenderse como arte. “Esta no es una obra de teatro donde te sientas y ves lo que pasa”, explica Anton a la audiencia al presentar su proyecto “Identity Map / Hate speech (Mapa sobre la identidad/Discurso del odio)”. La representación se lleva a cabo en un edificio donde se ubicaba una antigua fábrica y que ahora es un espacio cultural situado en el barrio histórico de Podol. El peso de la obra no recae en el actor, sino en la audiencia. Anton pide a los espectadores que se identifiquen con una palabra y la escriban sobre su cuerpo.
Salir de la zona de confort
Durante 25 años, la sociedad ucraniana ha tenido siempre en mente la misma pregunta: “¿Quiénes somos?” Esta larga búsqueda de su propia identidad ha sumido al país en un conflicto que se contextualiza tanto en Crimea como en Donbass. Pero existen más contradicciones y miedos, y Anton los hace visibles sobre el escenario. “Nací y crecí en Crimea”, dice. “Si eres crimeo, tienes que elegir entre sentirte ucraniano o ruso”, explica Anton, que cuenta que aunque su familia es de origen ruso, él eligió ser ucraniano. “En mi caso, sea lo que sea que elija, me verán como un traidor”.
El Director del Centro de Arte Contemporáneo de Simferópol, de 31 años, se vio obligado a abandonar su casa y a trasladarse a Kiev después de que Rusia se anexionara Crimea en 2014. Es muy activo social y políticamente y apoya a la Crimea ocupada por Rusia. Participa a menudo en las protestas en defensa del director de cine Oleg Sentsov y del activista de izquierda Alexander Kolchenko, ambos condenados por cargos de terrorismo según los tribunales rusos.
Anton se llama a sí mismo “homicida” y de algún modo se considera responsable de la guerra que estalló en Ucrania en 2014, un conflicto que ha acabado con la vida de 10.000 ucranianos, 2.000 de ellos civiles. “Justificamos estas muertes alegando defender la patria, su lengua y su cultura”, admite.
Pero la identidad de Anton es ahora más complicada que nunca debido al momento que vive la sociedad ucraniana. Es homosexual y ortodoxo, por lo que la Iglesia no le acepta. “Dicen que los gais no son hombres de verdad”, cuenta Anton con voz pausada.
Durante la actuación, Anton ofrece un bisturí a los allí presentes, que se muestran ligeramente sorprendidos, para que esculpan palabras de odio en su cuerpo. Sólo algunas personas aceptan hacerlo. Cuando el espectáculo termina, Anton mira a los ojos de cada espectador. Les explica que aunque el cuerpo humano “se renueva” constantemente, no ocurre lo mismo con nuestros ojos. “Quizá es por eso por lo que conectamos cuando cruzamos las miradas”, dice Anton.
Esta ha sido la sexta vez que Anton muestra en el escenario su “Mapa sobre la identidad”. La idea original era salir de su zona de confort, pero tras desnudarse un día tras otro en el escenario, Anton confiesa que cada vez tiene menos miedo. Ahora ya no es una simple representación, sino un intento de encontrar nuevas formas de “existencia con la audiencia”.
“Empiezas a creer que eres una especie de Mesías”
El Teatro PostPlay nació durante las protestas del Euromaidán en 2014, un conflicto armado en Crimea y Donbass. Se compone de un grupo de directores, guionistas y actores de diferentes rincones del país, que viven y trabajan en Kiev. La primera vez se unieron para llevar a cabo una representación del documental “Grey Zone”, sobre personas desplazadas.
Desde el principio, el grupo decidió centrarse en el teatro político, representando obras en el edificio de una antigua fábrica en Podil. Cuando montaron “Opolchenets” (Rebelde), un monólogo hecho por un residente de Donbass que lucha del lado de los separatistas, se convirtió en un escándalo y algunos teatros se negaron a acogerlo.
Desde el principio, el teatro recibió el reconocimiento de los círculos intelectuales ucranianos. Dan Gumenniy, un dramaturgo de 29 años centrado actualmente en la gestión del teatro, dice que a menudo cuentan con hasta 200 espectadores: “Aquellos a los que les importa”, tal y como él mismo los llama. Fueron incluso ellos quienes ayudaron a renovar el teatro desde cero.
El equipo del PostPlay plantea preguntas difíciles, incluso para ellos mismos. ¿Cómo, por ejemplo, sigues siendo una compañía de teatro político y utilizas ideas para llegar a una audiencia menos sofisticada? “Cuando uno coge apego a su público habitual, comienza a estar a su disposición. Y muy rápidamente llegas a pensar que estás haciendo algo muy importante, que eres una especie de Mesías y acabas perdiendo esta visión crítica de lo que haces. Cuando eso ocurre, estás perdido”, sugiere Dan.
Con este fin, el teatro ha tratado de ampliar su género, llevando a escena obras documentales, dramas modernos y obras de teatro para jóvenes adultos (entre 20 y 39 años). Sin embargo, su objetivo sigue siendo “provocar” intelectualmente y proporcionar una visión crítica de los acontecimientos actuales.
Desde el principio, el grupo decidió centrarse en el teatro político.
Crear un diálogo
Otro teatro que se ha creado en Ucrania en los últimos años ha sido el Teatro de las Personas Desplazadas (Theatre of Displaced People) que, recientemente, estrenó la producción “A todo volumen” (At Full Volume) en la que participan niños y militares. Allí comparten sus historias, en el escenario del palacio comunista de la cultura de la pequeña localidad de Popasna, en el frente de Donbass.
“Ese verano fue frío y lluvioso”, cuenta una joven con voz pausada. “Recuerdo a mis padres, sentados en la mesa de la cocina, decidiendo si marcharnos o no. Una lluvia muy fuerte golpeaba los tejados y las ventanas. Mientras nos alejábamos de la ciudad, docenas de coches se marchaban también. La gente tenía miedo. Llovía con mucha intensidad. Era como si el cielo estuviera llorando”.
Entonces, uno de los soldados continúa: “Se oyen sonidos de destrucción, como si se rompiera un vidrio o se produjera un accidente de tráfico o incluso cayera un proyectil de artillería. Pero al mismo tiempo, hay sonidos agradables, como el de la creación. En mi caso fue el sonido de la construcción”. Antes de la guerra, este soldado era supervisor de obra.
Todas las historias están relacionadas con la guerra que estalló en 2014. En la primavera de ese año, los rebeldes de la autoproclamada “República Popular de Donetsk”, apoyados por Rusia, ocuparon Popasna, un centro regional con importantes vías férreas. El mismo verano, Ucrania recuperó la ciudad después de intensos combates. El ruido de las armas era tan potente que muchos habitantes tuvieron que marcharse. El conflicto, que aún sigue vivo, parece haberse tranquilizado durante los últimos seis meses.
Popasna es una ciudad en primera línea de guerra. Allí, la vida continúa, a pesar de estar muy cerca del frente: colegios, guarderías, tiendas, cafés e incluso una discoteca siguen funcionando. También hay militares ucranianos desplegados aquí, la mayoría de Ucrania occidental, que a menudo generan ciertas tensiones con los lugareños, un problema que el Teatro de las Personas Desplazadas decidió abordar en Popasna y otras tres ciudades de Donbass. El proyecto de Popasna cuenta con estudiantes del instituto de la zona y con soldados del Batallón Kulchinsky como participantes. Esta unidad fue primero una unidad de voluntarios y ahora está bajo el liderazgo de la Guardia Nacional. “Quítales el uniforme y son gente normal y corriente, como tú y como yo”, cuenta Ira, una estudiante.
“El problema es que los niños han visto todo eso. Y nosotros también. Y si yo sé que a mí me va a afectar psicológicamente, imagínate a los niños”, suspira un soldado, apodado Reddick, de la región de Ivano-Frankivsk. Antes de la guerra trabajaba como andamista.
En los primeros ensayos todos se sentaron con timidez. Los alumnos preguntaban a los militares para qué servía la guerra y los acusaban de no hacer nada. Uno de los soldados, Volodya, admitió sentirse avergonzado. Pero al final, tanto los soldados como los chicos, encontraron un punto en común: su predilección por las mujeres rubias.
La dramaturga Natalya Vorozhbit, el director Georg Genoux y el psicólogo militar Aleksei Karachinsky coordinan el grupo. Creen que la falta de diálogo entre el este y el oeste del país es una de las principales razones por las que este conflicto creado por Rusia se ha propagado tan rápido a lo largo y ancho de Ucrania. “Por supuesto, esta situación es fruto de la propaganda del Kremlin”, dice Genoux. Por eso es tan importante establecer un diálogo. Es la única forma de garantizar la paz”.
“Hay una necesidad de documentar todo lo que ocurre en Ucrania y reaccionar ante unos hechos que llegan sin previo aviso”.
El teatro como terapia
Obras documentales basadas en historias reales: esos son los proyectos que lleva a cabo el Teatro de las Personas Desplazadas.
Para Vorozhbit, hay una necesidad urgente de documentar todo lo que está sucediendo en Ucrania y reaccionar a unos hechos que llegan sin aviso. Pero el Teatro de las Personas Desplazadas sirve para otra cosa. Su misión es proporcionar ayuda psicológica a quienes huyen de la guerra. En Ucrania, en concreto en Donbass y en Crimea, hay alrededor de 2.000.000 de personas desplazadas. De alguna manera, las obras sirven de sesiones de psicoterapia. Nadie que no participe puede asistir a los ensayos. Como explica Genoux, las personas comparten sus momentos más personales, como por ejemplo la muerte de un ser querido, y es por eso por lo que es importante que haya confianza.
“El proceso es mucho más bonito cuando la gente se beneficia en realidad del teatro, más allá de otras distracciones” dice Genoux. Después de 17 años actuando en Moscú y Kiev, ahora pasa la mayor parte de su tiempo con el Teatro de las Personas Desplazadas.
Karachinsky cuenta que hasta la fecha, el equipo ha logrado ayudar a tres docenas de personas desplazadas. Además de las obras de teatro, también ofrecen clases para niños refugiados. Todo gratis.
Tres años después del inicio de la guerra, Vorozhbit cree que aún queda mucho por hacer en el ámbito de los “desplazados”. También cree que es necesario hablar de todo tipo de temas. El PostPlay trabaja actualmente en un proyecto sobre padres divorciados y sus familias, cuyo estreno estaba previsto para enero de 2017.