Estonia
En Estonia, el 25% de la población es de origen ruso. A pesar de estar presentes en el mismo territorio, la comunidad rusa y la estonia siguen muy lejos la una de la otra: viven en zonas separadas, los niños van a colegios diferentes e incluso, a veces, evitan comprar en las mismas tiendas. En un momento en el que las tensiones entre Tallin y Moscú crecen, ¿existe algo que pueda unir a estos dos mundos?
Liisi Mölder
Autora
Oksana Yushko
Fotógrafa
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Tan lejos y tan cerca
“¿Cómo puedes decirle a un niño de cuatro años que no pertenece a este lugar?”, se pregunta Tiiu, mientras charla con Vadim, su pareja. Él es una de las 85.000 personas que viven en Estonia con un “pasaporte gris”, lo que significa que su ciudadanía no está confirmada y que, técnicamente, es un apátrida. El pasaporte está sobre la mesa y su primera página se confunde con el color de las paredes. “Mi abuelo vivió en Estonia toda su vida”, explica Vadim, que no entiende por qué él (y su madre) deben pagar por haber nacido donde lo han hecho. “¿Por qué tengo que demostrar que soy tan ciudadano como los demás?”
Vadim, de 32 años, y Tiiu, de 30, se conocieron en 2015. Tiiu procede de Tartu, la segunda ciudad más grande de Estonia, y por aquel entonces apenas hablaba algo de ruso. Vadim nació en San Petersburgo y se trasladó a Tallin con su familia cuando tenía cuatro años. Ahora viven juntos y comparten un piso en el distrito de Mustamäe, al suroeste de la capital.
Cuando conoció a Tiiu, Vadim apenas sabía decir nada en estonio. “Le hablaba en mi lengua y él simplemente asentía con la cabeza ‘sí, sí'”, recuerda Tiiu. La chispa que encendió su relación fue la música. Tiiu, directora de orquesta profesional, se fijó en Vadim durante un concierto: era el cantante y guitarrista de Junk Riot, una banda rusa muy popular entre los estonios. “Me armé de valor y le escribí una carta diciéndole que me gustaba y que podía salir conmigo si le apetecía”, se ríe Tiiu.
En tan sólo tres meses, Vadim ya era capaz de hablar estonio. Ahora es la lengua que ambos utilizan cuando están en casa. Tiiu también empieza a defenderse con el ruso, a medida que pasa más tiempo con la familia de Vadim. La madre de él le habla en ruso y Tiiu responde en estonio. “De todas formas, la familia de Vadim mezcla mucho los idiomas, ya que su hermana está casada con una mujer de origen chino. Cuando nos vemos, hablamos una mezcla de estonio, ruso, inglés y chino”.
En Narva, que está situada en la frontera con Rusia, la gente habla principalmente ruso. Sólo el 3% de las personas que viven aquí son estonias.
Cuatro estonios en una ciudad de habla mayoritaria rusa
En la ciudad fronteriza de Narva, a unas horas de viaje desde Tallin, Rene de 33 años y Bronislava, de 37, se preparan para salir a comer con sus hijos. Hablan con mucha energía y lo hacen en ruso. En Narva, que está situada en la frontera con Rusia, la gente utiliza principalmente ruso, una lengua que hablan cuando están juntos, a pesar de que Rene es estonio. “Me he rusificado”, bromea, a lo que añade que su identidad es fruto de una mezcla de ambas lenguas, al ser autóctono de Narva. Sólo el 3% de la población local es estonia. “Tres personas y sus amigos”, cuenta sonriendo. Algunos rusos no creen que Rene sea estonio y algunos estonios les sorprende que no sea ruso. Para Rene ni siquiera es fácil aclararse con los idiomas.
Bronislava creció como una niña rusa, por lo que se siente como tal. Sin embargo, se lleva bien con los estonios y le gusta vivir aquí. Sus dos hijos, Evangelina, de 8 años y Emil de 6, también hablan en ruso con sus padres. Eva tiene clases intensivas para aprender estonio y Emil empezará pronto con la misma práctica en el colegio. “El motivo (de estas clases) es hacer que el aprendizaje del estonio no sea estresante”, dice Bronislava, sabiendo a ciencia cierta que, en Narva, es muy complicado practicarlo.
La familia vive en una casa de dos plantas a las afueras de Narva. Rene trabaja para el Gobierno de la ciudad como planificador urbano y como gerente de la agencia inmobiliaria Pindi Kinnisvara. Bronislava es la responsable de la cafetería de la Universidad Tartu Narva College. A la hora de contratar empleados, es difícil encontrar personas que hablen tanto estonio como ruso. Para ella, no es algo fuera de lo común.
En su casa hay muchos libros sobre la historia de Narva en ambas lenguas, unos al lado de los otros. Aún recuerda aquella época en la que la llegada de un estonio a la ciudad era algo muy raro. “Hace apenas 20 años, los estonios sufrían acoso”, recuerda Rene pensando en su infancia. Por aquel entonces, la gente no se atrevía a hablar estonio por las calles. “Huía de los chicos rusos porque me querían pegar”, medita Rene mientras coloca en la mesa las fichas del Menedzer (la versión rusa del Monopoly).
“No éramos como ellos”
Vadim, que creció en el distrito de Õismäe en Tallin, también se vio en la tesitura de tener que huir de algunos chicos. Pero en su caso no eran rusos, sino estonios. Se identifica más con la población rusa porque creció en un ambiente donde se hablaba ruso y donde tanto la cultura como las noticias que llegaban eran rusas. “En mi infancia, éramos rusos que vivíamos en Estonia”, dice, “pero ahora tenemos un sabor nórdico y somos más distantes (con los estonios) que los rusos que viven en Rusia”. Cuando mira el rostro del hijo de su hermana, que tiene rasgos faciales asiáticos pero actúa como un ruso, siente que la nacionalidad es cada vez menos importante.
Las relaciones entre los estonios y los rusos se volvieron muy tensas con la llegada de la independencia a Estonia en 1990. “Por aquel entonces, parecía que no éramos iguales”. A los rusos de Estonia se les veía como un recuerdo nada bienvenido del mundo soviético y poco a poco se les fue dejando de lado en sus círculos personales y profesionales. Por el contrario, hay quienes creen, como Tiiu, que con la independencia todos ganaron. Aún recuerda la fiesta que se montó en su casa. Todos lloraron de alegría al conocer la noticia.
“Estas cosas pertenecen ya al pasado”, dice Vadim. “Después jugábamos al baloncesto o al fútbol con algunos de estos chicos”. Él y Tiiu viven en Mustamäe, un distrito en donde conviven tanto estonios como rusos. Sin embargo, cuando su hijo nació en octubre, la pareja sintió ciertos roces culturales al elegir su nombre. “Mientras que a los rusos les encantan los nombres tradicionales, a los estonios les gustan aquellos que sean especiales y originales”, dice Tiiu. Quería que su hijo se llamara Irek, mientras que Vadim consideraba que Maksim era mucho más apropiado para un chico. “Llamar Maksim a tu hijo es tan predecible como elegir la marca Nike cuando compras deportivas”, se burla Tiiu. “También me gustaba Putin Ivanov, pero Vadim no estaba tanto por la labor”. Tras mucho debatir, se decantaron por Jakov.
Vadim y Tiiu quieren que Jakov vaya a una guardería estonio-rusa, para que así pueda empezar a aprender ruso ya que, en Estonia, ser bilingüe es muy útil. A veces, Tiiu se pregunta en qué tipo de país crecerá Jakov.
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29,6% (más de 383.000 personas) habla ruso.
24,8% (321.000 personas) se siente ruso.
1,7% (22.000 personas) se identifica como ucraniano.
En Estonia, unas 85.000 personas no poseen una ciudadanía determinada.
A lo largo de estos años, Estonia ha llevado a cabo una serie de programas de integración. El primero de ellos tuvo lugar en 1997, enfocado en integrar a los residentes de lengua rusa en la sociedad estonia. Después llegaron nuevos planes, y estos fueron más amplios, incluyendo a ambas comunidades.
En el 2000, se lanzaron diferentes programas de inmersión lingüística, haciendo que algunas clases de habla rusa adoptaran progresivamente el estonio como lengua de trabajo. Hoy en día, las escuelas de habla rusa emplean un sistema de 60-40, lo que significa que el 60% de las asignaturas se enseña en estonio y el 40% puede impartirse en ruso.
“Éste es mi hogar”
Rene y Bronislava son más optimistas. Creen que las comunidades estonia y rusa están más unidas que nunca ahora que ha aumentado la cifra de estonios que vienen a trabajar y vivir a la ciudad. “Antes, no escuchabas hablar estonio en bares o tiendas”, añade Bronislava. La primera vez que conoció a un estonio tenía 10 o 12 años. Para ella, esta “diversidad” puede que haya llegado con la caída de la Unión Soviética, un momento en el que la gente comenzó a diferenciar nacionalidades. Antes, cuando oía la expresión “si no te gusta, vete” se ofendía mucho. “Ésta es mi tierra y me gusta vivir aquí”, explica Bronislava, además de añadir que el lenguaje que hable no importa. “Yo casi diría que ya eres más estonia que otra cosa”, matiza Rene justo antes de que ambos comiencen a reírse de sus identidades.
No asocian la situación política actual con temas de nacionalidad, ya que ambas nacionalidades incluyen tanto a partidarios como a detractores de Rusia. Tienden a pensar que algunas visiones políticas, como la integración, están muy ligadas a la educación que cada uno haya recibido o al tipo de vida que lleven. “Sobre estos temas tan globales, no tenemos ninguna influencia”, dice Bronislava.
Vadim, Tiiu, Rene y Bronislava creen que ambas comunidades, la estonia y la rusa, están cada vez más unidas la una a la otra y por eso miran con esperanza el futuro de sus hijos.
Sin embargo, Vadim, planea hacer los exámenes de ciudadanía en el futuro. “Me parecía injusto que a nosotros sí se nos tildara de invasores, y no a quienes nacieron después”, dice Vadim. Sueña con la reconciliación y con el fin de las leyes sin sentido. “Ahora incluso puede que vaya a votar”.