Lituania
Hubo un tiempo en que Visaginas fue una ciudad animada del noreste de Lituania, hogar de una de las centrales nucleares más potentes de la antigua URSS. Ahora es un lugar fantasma, pero la urbe está siendo redescubierta por la juventud lituana, con la esperanza de que algún día vuelva a llenarse de vida.
Viktorija Mickuté
Autora
Aija Bley
Fotógrafa
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Tan lejos y tan cerca
Los jóvenes de Visaginas no se llaman a sí mismos “atómicos” en vano. La ciudad se construyó en 1975 para alojar a los trabajadores de la central nuclear de Ignalina. Por aquel entonces, la planta albergaba los reactores más poderosos del mundo y producía tanta electricidad que entró en el Libro Guinness de los récords. Situada entre un bosque de pinos a orillas del lago Visaginas, la ciudad fue diseñada para coexistir en armonía con la naturaleza. La primera calle recibió el nombre de Vilties (esperanza, en español). Hoy, poco queda de aquella ciudad vibrante y moderna, habitada por ingenieros y otros especialistas procedentes de todos los rincones de la Unión Soviética.
Las calles, repletas de edificios de cemento rectangulares, están desiertas. La ciudad de Visaginas perdió su principal fuente de energía, ingresos y empleo cuando la planta nuclear cesó su actividad. Su cierre era una de las condiciones necesarias para que Lituania pasase a formar parte de la UE, algo que no sorprende ya que sus reactores eran del mismo tipo que los que se usaban en Chernóbil. Alrededor de un tercio de la población emigró en los 15 años posteriores, dejando a Visaginas con menos de 20.000 habitantes. A vista de pájaro, la ciudad tiene la forma de una mariposa partida en dos, pero una de sus mitades nunca se construyó. Quienes aún siguen allí tienen sentimientos de nostalgia y tristeza, pero también de esperanza.
“Visaginas tiene mucho que ofrecer, sólo necesita encontrar una imagen, una visión”, dice Alex Urazov, un joven de 33 años que nació en Rusia pero creció en Visaginas. Tras vivir en Inglaterra durante unos años, se mudó a Visaginas con la idea de quedarse para siempre: “Además de trabajar y salir de fiesta, no tenía nada más. Quería cambiarlo todo”.
Una ventana al mundo
Alex es el director de Tochka (Punto, en español), una residencia artística que promueve la creatividad, la curiosidad y la tolerancia entre los más jóvenes. En la oficina de Tochka, situada en un edificio de cinco pisos, hace frío y la luz es pobre, de ahí que ahorre en electricidad y calefacción. Algunas personas dibujan en las paredes; otras leen; hay quienes participan en conversaciones acaloradas y quienes simplemente beben té. Cada noche se organiza una actividad diferente, desde sesiones de micro abierto hasta proyecciones de películas. No se permite entrar con alcohol en las instalaciones y la única música procede de discos de vinilo. Así son las reglas de Alex. Aparte de eso, todo el mundo es libre de hacer lo que quiera.
Haga frío o no, Alex siempre está descalzo y viste una camiseta sin mangas que deja ver sus tatuajes. Su pelo rubio a veces está recogido en una coleta o suelto y su sonrisa no falta. Para Alex, un ex anarquista estudiante del comportamiento humano y la artesanía, Visaginas es una ciudad provinciana. “Todo el mundo odia que diga esto, pero es verdad”, dice. “Quiero que Lituania y el mundo estén más cerca de Visaginas”. En su opinión, los jóvenes de Lituania están muy desconectados de sus padres, quienes aún ven el mundo desde un punto de vista soviético. La mayoría decidió dejar atrás Visaginas en busca de oportunidades en ciudades lituanas e internacionales más pujantes. Muchos se marchan al acabar el instituto y la falta de empleo y los bajos salarios no les han animado a regresar.
El cierre de la planta nuclear de Ignalina produjo un choque muy fuerte en Visaginas. Durante sus años dorados, a mediados de la década de los ochenta, un reactor en activo y dos en construcción empleaban a más de 13.500 personas. Todo el mundo era joven, tenía estudios y disfrutaba de salarios generosos. Al acabar la jornada, los trabajadores se encontraban con una ciudad llena de vida, donde sus hijos crecían felices escuchando historias de sistemas de combustible nuclear, a diferencia de otros niños que crecían leyendo cuentos de hadas.
La planta dejó de producir electricidad en 2009. Desde entonces, miles de personas han perdido su trabajo. Muchas regresaron a Rusia o se marcharon a otros países. Alrededor de unas 2.000 siguen aún en la planta, en labores de mantenimiento y desmontaje.
“Imagina que construyes con todo tu corazón una casa. Vives allí y luego tienes que destruirla con una excavadora. Sería horrible”, dice Jevgenij Shuklin, deportista y miembro del Ayuntamiento. Su padre cambió la región de Ural, en Rusia, por Visaginas, para construir la planta. “Todo el mundo ha hecho ya las maletas”, añade. “A veces les digo: necesitáis renovar vuestra casa. Y entonces me responden: ‘¿Para qué molestarse? Puede que nos tengamos que ir pronto’. Esto ha sido así durante 10 años”.
Hace unos años, Jevgenij decidió quedarse en Visaginas tras haber cumplido uno de sus sueños: ganar una medalla de plata en piragüismo en los Juegos Olímpicos de Londres de 2012. “No puedes vivir así, sin una visión, pensando que todo está mal”, dice Jevgenij. “Cavar su propia tumba. Ése es el mayor problema al que se enfrente la gente. Tienen que aprender a apreciar lo que tienen”.
Construir un lugar donde practicar remo es otro de los proyectos de Jevgenij. El deporte siempre ha sido un eje central de la ciudad: remo, kayak, fútbol, boxeo, gimnasia, acrobacia… Todos están al alcance de los más pequeños y, por eso, no es de extrañar que muchos elijan carreras profesionales atléticas. El 99% de los niños en Visaginas participan en al menos una actividad extraescolar (a veces incluso en más de una). Todo un récord para Lituania.
“Algunas personas se quejan: ‘Hemos votado por usted, queremos pensiones más altas'”, dice Jevgenij. “Pero eso no está en mis manos. No hago milagros”. El 84% del presupuesto de la ciudad se dedica al deporte, la cultura y la educación no formal, algo poco común en Lituania. “Gracias a eso tenemos buenas guarderías con piscinas gratuitas. No podemos quitarle eso a la gente ahora que está acostumbrada a una educación sin coste”, dijo Jevgenij. Una inversión como ésta da sus frutos.
“El 80% de los que se marcharon de Visaginas, volverán algún día para criar aquí a sus hijos. No hay un lugar mejor”, dice Sergej Gluchov, un hombre de 33 años que ha cambiado, junto a su mujer, Vilna por Visaginas. Han comprado un piso de tres habitaciones por 12.500 euros, diez veces más barato que en la capital, donde se sienten como en casa.
“Nadie diría que soy lituano”
“Todo el mundo cree que (Visaginas) es un pueblo perdido de Lituania, donde solo vive gente de habla rusa”, dice Jevgenij, mientras enumera las ideas equivocadas que tiene la gente sobre la ciudad. A los jóvenes de Visaginas les decepciona mucho la forma en la que los medios de comunicación lituanos hablan del lugar donde viven. Según ellos, las noticias están muy politizadas y muestran Visaginas como una región separatista, en la que se hace campaña para seguir con el ejemplo de Crimea.
“Muchos jóvenes de Visaginas han elegido alistarse en las fuerzas armadas lituanas”, cuenta Jevgenij. Para él, lo que se hace en nombre del país está por encima de cualquier apellido ruso. Cuando se le pregunta sobre su propia identidad, Jevgenij dice que en primer lugar es un ciudadano de Lituania, aunque le es difícil decir si se siente ruso o lituano. Para muchos, esta pregunta es algo complicada. “En Rusia me dicen que tengo un acento bonito y que soy lituano”, dice Sergej. “Pero aquí, nadie diría que soy de Lituania. Te das cuenta al oírme hablar”. Sergej entiende el lituano, pero no se siente cómodo al hablarlo.
Dos veces al mes, Sergej organiza una tarde de juegos a la que acuden decenas de participantes en una pizzería local en Visaginas. “Me encanta la gente de aquí porque es muy abierta”, dice Sergej. “Cuando les miro, siempre tienen una sonrisa. Todo el mundo permanece unido. Pase lo que pase. Para bien o para mal”.
En Vilna, Sergej sentía que no era importante. En Visaginas, le hace muy feliz recibir tantas invitaciones para contribuir al futuro de esta ciudad que ya ha decidido hacer suya.